¿Soy de izquierdas o soy de derechas?
Si eres de esas personas que lee poco, lee casi nada, lee rápido o en las conversaciones no escucha activamente (eres de lxs que, mientras otrxs exponen, vas construyendo tu respuesta) en este primer párrafo te resumo todo el post, así te podrás ir a tuitear sandeces. Según el test de Nolan soy liberal progresista. ¡Ala, ya te puedes ir a pastar!
Y ahora vienen los matices.
Y ahora vienen los matices.
En cierta manera de izquierdas, en cierta manera socialdemócrata, a veces conservador, con un toque pro-terruño. Pero con un corazón adolescente que siempre fue simpatizante del anarquismo. Todo ello me ubica en terreno de nadie, amigo de pocxs y enemigo no declarado ni intencionado de muchxs. Antipático por naturaleza si me ves desde lejos y empático hasta las entrañas cuando te acercas (lo que no siempre resulta acertado, la verdad).
Pero en un mundo que hace caso al marketing de amigos vs. enemigos, siguiendo el criterio de Risto Mejide, solo cabe ser del Madrid o del Barça, ser rojo o ser azul, ser español o sentirse colonia. Pero verán ustedes, sus señorías, yo es que no puedo seguir su juego porque la poca razón y el escaso sentido común que atesoro los cultivo de manera exacerbada y con auténtico celo. A mí su Madrid o su Barça me resultan indiferentes, a mí su Iglesias o su Abascal me resultan indiferentes. A mí, lo que me interesa, es el buen juego y aún más el juego limpio. Me interesan las pruebas y los hechos. Me interesan los resultados. Pero aún más el proceso para adquirirlos. Porque no, no-todo-vale. Ni en la izquierda ni en la derecha. No-todo-vale.
Porque si hay algo que detesta este alma adolescente y anarquista es el seguidismo, el fanatismo, el borreguismo, que le digan en qué creer, en qué pensar, en cómo debe actuar. Para este alma adolescente que se esconde aquí dentro "la persona" está por encima de todo, por encima de las estructuras, las organizaciones, las entidades, las fronteras, los nacionalismos, las ideas y cualquier otra cosa que la filosofía decida clasificar. Y sobre todo, por encima de líderes y lideresas. La libertad como un ideal metafísico absolutamente inalcanzable y aún así, me repito, por encima de todo.
Luego aplicaremos la razón, reconociendo que mi libertad termina donde empieza la tuya. Sabiendo que salvo que me haga asceta y alquile una cueva se ha de convivir con alguien más, con muchos "alguien más" en verdad. Y que la convivencia es el molde práctico que da sentido a esa libertad. Una libertad, la mía, que adquiere sentido cuando peleo por la tuya. Una libertad, la mía, que puede existir cuando coexiste con la tuya. Si no fuera así entonces hablamos de otra cosa, del lado oscuro, de ese lugar donde la libertad se convierte en tiranía.
Así que, si bien mi antagonista político natural siempre ha sido el conservador puro, el señoro o la señora de toda la vida, esa o ese contra quien siempre rebatiré, también debes saber que, mientras respete mi libertad respetaré la suya porque en la convivencia está el fundamento de nuestra existencia común. Yo no puedo imponer mis ideas si pretendo que otrxs no se atrevan, ni tan siquiera, intentar imponerme las suyas.
Pero ocurre hoy lo que no ocurría sin embargo hace 30 años. En mi adolescencia combatíamos el conservadurismo puro, claro y directo. Combatíamos la mili, las banderas, la desigualdad y muchas otras cosas que habíamos heredado quienes estrenábamos una cosa llamada democracia. Unxs y otrxs estábamos muy bien definidos, bien distribuidos sobre el papel. Pero hoy hay que combatir otra cosa. Lo que ya intuía claramente con 16 años. Lo que se ha ido forjando durante 3 décadas. El gran vicio de la izquierda cultural. Su hipocresía, su enorme hipocresía, su gigantesca, infinita y inacabable hipocresía -o estupidez extrema- que se resume en la imagen de un perfil anónimo tuiteando ideas progres desde un Starbucks, con un iPhone o un Samsung de última generación, mientras pide un café cultivado al otro lado del mundo, para-llevar-por-favor, en un vaso de plástico, a su oficina tal de su organismo público cual, a dónde llegará una hora tarde, pero-no-importa-soy-funcionarix.
Por todo esto podría resumir, para concluir, que más que de izquierdas o de derechas, si eres hipócrita (repito, si-e-res-hi-pó-cri-ta-y-so-lo-si-lo-e-res) me tendrás enfrente. Si no lo eres, en tanto sepamos hacer convivir nuestra libertad, me tendrás a tu lado.
Pero en un mundo que hace caso al marketing de amigos vs. enemigos, siguiendo el criterio de Risto Mejide, solo cabe ser del Madrid o del Barça, ser rojo o ser azul, ser español o sentirse colonia. Pero verán ustedes, sus señorías, yo es que no puedo seguir su juego porque la poca razón y el escaso sentido común que atesoro los cultivo de manera exacerbada y con auténtico celo. A mí su Madrid o su Barça me resultan indiferentes, a mí su Iglesias o su Abascal me resultan indiferentes. A mí, lo que me interesa, es el buen juego y aún más el juego limpio. Me interesan las pruebas y los hechos. Me interesan los resultados. Pero aún más el proceso para adquirirlos. Porque no, no-todo-vale. Ni en la izquierda ni en la derecha. No-todo-vale.
Porque si hay algo que detesta este alma adolescente y anarquista es el seguidismo, el fanatismo, el borreguismo, que le digan en qué creer, en qué pensar, en cómo debe actuar. Para este alma adolescente que se esconde aquí dentro "la persona" está por encima de todo, por encima de las estructuras, las organizaciones, las entidades, las fronteras, los nacionalismos, las ideas y cualquier otra cosa que la filosofía decida clasificar. Y sobre todo, por encima de líderes y lideresas. La libertad como un ideal metafísico absolutamente inalcanzable y aún así, me repito, por encima de todo.
Luego aplicaremos la razón, reconociendo que mi libertad termina donde empieza la tuya. Sabiendo que salvo que me haga asceta y alquile una cueva se ha de convivir con alguien más, con muchos "alguien más" en verdad. Y que la convivencia es el molde práctico que da sentido a esa libertad. Una libertad, la mía, que adquiere sentido cuando peleo por la tuya. Una libertad, la mía, que puede existir cuando coexiste con la tuya. Si no fuera así entonces hablamos de otra cosa, del lado oscuro, de ese lugar donde la libertad se convierte en tiranía.
Así que, si bien mi antagonista político natural siempre ha sido el conservador puro, el señoro o la señora de toda la vida, esa o ese contra quien siempre rebatiré, también debes saber que, mientras respete mi libertad respetaré la suya porque en la convivencia está el fundamento de nuestra existencia común. Yo no puedo imponer mis ideas si pretendo que otrxs no se atrevan, ni tan siquiera, intentar imponerme las suyas.
Pero ocurre hoy lo que no ocurría sin embargo hace 30 años. En mi adolescencia combatíamos el conservadurismo puro, claro y directo. Combatíamos la mili, las banderas, la desigualdad y muchas otras cosas que habíamos heredado quienes estrenábamos una cosa llamada democracia. Unxs y otrxs estábamos muy bien definidos, bien distribuidos sobre el papel. Pero hoy hay que combatir otra cosa. Lo que ya intuía claramente con 16 años. Lo que se ha ido forjando durante 3 décadas. El gran vicio de la izquierda cultural. Su hipocresía, su enorme hipocresía, su gigantesca, infinita y inacabable hipocresía -o estupidez extrema- que se resume en la imagen de un perfil anónimo tuiteando ideas progres desde un Starbucks, con un iPhone o un Samsung de última generación, mientras pide un café cultivado al otro lado del mundo, para-llevar-por-favor, en un vaso de plástico, a su oficina tal de su organismo público cual, a dónde llegará una hora tarde, pero-no-importa-soy-funcionarix.
- Esa hipocresía del progre que grita que hay que volar menos para frenar el cambio climático mientras busca en Tubillete su nuevo destino porque lo suyo es visitar India.
- Esa hipocresía que juzga las generaciones pasadas creyéndose ubicado el juez o la jueza en un pedestal moral, ignorando que serán juzgados porque también envejecerán.
- Esa hipocresía que grita en contra de los diesel o a favor del consumo local pero tiene 48 pedidos de Aliexpress pendientes a que lleguen -por avión-.
- Esa hipocresía que enarbola el multi-culturalismo étnico, que aborrece una seguidilla o una folía tocada con un timple pero venera la intro o el outro de Shingeki no Kyojin.
- Esa hipocresía que aborrece una procesión católica de Semana Santa pero aplaude hasta sangrar el velo musulmán (¡religiones, cuna de fanáticos, de cualquier color, cuánto daño hacen!).
- Esa hipocresía que lleva a Frida estampada (y espantada si resucitase) en una camiseta de Zara mientras la portadora se pasa horas delante de un espejo depilándose las cejas.
- Esa hipocresía que copy-paste las frases de Ernesto, el Guevara, ya sabes, descargadas de desmotivaciones y publicadas desde un estrella Michelín.
- Esa hipocresía que aplaude el fin de las fronteras (un ideal al que deberá llegarse "de poquito a poco") pero luego no metería en su propia casa a una persona migrante.
- Esa hipocresía que pide igualdad para unos colectivos mientras aplaude y se mofa de la desigualdad de otros colectivos.
- Esa hipocresía que aplaude el uso mediático de Greta mientras compra en el chino platos y vasos plásticos de un solo uso para la chuletada del domingo.
- Esa hipocresía que pide viviendas para todxs desde una mansión burguesa y acomodada de 500 metros cuadrados, con servicio añadido.
- Esa hipocresía que va dando lecciones de economía familiar desde posiciones acomodadas con ingresos mensuales que rayan lo escandaloso.
Por todo esto podría resumir, para concluir, que más que de izquierdas o de derechas, si eres hipócrita (repito, si-e-res-hi-pó-cri-ta-y-so-lo-si-lo-e-res) me tendrás enfrente. Si no lo eres, en tanto sepamos hacer convivir nuestra libertad, me tendrás a tu lado.
Demasiado de acuerdo contigo. Siento asfixiante la necesidad de la gente de ponerte la etiqueta, para desde ahí asentir en todo lo que dices o para dejarte hablando solo... En cualquier caso nunca razonando el planteamiento.
ResponderEliminarPor eso cojo mi bicicleta y me voy a mis cerros de Alcalá...
A ver si me pones la etiqueta de mi nombre... ��
Firma: Anónimo