Experiencias en la Sala de Urgencias: una reflexión personal

Las últimas semanas han sido una montaña rusa emocional, llena de experiencias de salud que nadie desearía para sus seres queridos. Mi padre, de 87 años, y mi pareja, de 55, ambos han requerido atención de urgencias.

Mi padre, debido a una grave infección pulmonar, y mi pareja, por una crisis hipertensiva severa, han pasado por momentos críticos que me han llevado a reflexionar profundamente sobre el estado de nuestro sistema de salud.

Urgencias: dos realidades, una misma crisis

La primera visita fue al Hospital Nuestra Señora de La Candelaria, donde llevé a mi padre. El panorama era desolador: urgencias abarrotadas, pacientes esperando en los pasillos, y un ambiente de desesperanza que se respiraba en cada rincón. A pesar de la dedicación y profesionalismo del personal, la saturación era evidente.

Con mi pareja, la situación no fue muy diferente en el Hospital Universitario de Canarias. La crisis hipertensiva que sufrió, con picos de 230 en la presión sistólica, nos llevó a buscar ayuda inmediata. Aunque los profesionales hicieron lo posible por brindarle atención rápida, el hacinamiento y la falta de recursos adecuados complicaron su estancia.

Si bien, no sé si era por el día o por una atención más ágil, el HUC parecía mejor gestionado, más limpio (pese a las obras interminables del exterior) y más ordenado que La Candelaria. De hecho, si tuviera que volver a ir elegiría sin dudarlo el Universitario.

Y ahora mismo es el que recomiendo que elijas tú si estás en el área metropolitana de Tenerife y necesitas acudir a las urgencias de un hospital público.

(Si tienes un seguro privado, en cualquier caso, no lo dudes, ve al San Juan de Dios, al Quirón, a Hospitén o al Parque, pero sin pensarlo. Sin lugar a dudas.)


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En la imagen de arriba puedes ver múltiples fotos que puedes encontrar con una simple búsqueda en Google Images con los términos "urgencias canarias pacientes pasillos". La realidad habla por sí sola.

La saturación: una realidad alarmante

Uno de los problemas más graves que he observado es la saturación de las urgencias hospitalarias. El crecimiento poblacional, con un aumento de 1.200 residentes nuevos cada mes, más de 14.000 residentes nuevos cada año, y así durante los últimos 5 a 10 años, ha sobrepasado la capacidad de los hospitales.

Las ampliaciones y reformas parecen insuficientes y eternas, y la corrupción, o mejor, las corruptelas y favoritismos, así como la mala gestión solo agravan la situación.

Los pasillos de urgencias en La Candelaria están numerados para organizar a los pacientes en camillas, pegados a las paredes. Es una visión que golpea la dignidad humana, donde la intimidad es un lujo inalcanzable y la vigilancia se convierte en una necesidad abrumadora.

La corrupción y la mala gestión: culpables silenciosos

No puedo culpar a los profesionales sanitarios, quienes hacen lo imposible con los recursos limitados que tienen. La verdadera culpa recae en los gestores, en los arquitectos que diseñan los espacios sin previsión, y en las empresas que se benefician de las eternas obras.

Las historias que escuchas en los bares sobre comisiones y favoritismos no son rumores infundados, sino la realidad que afecta directamente la calidad de la atención que reciben nuestros seres queridos. Solo tienes que saber dónde para a quien necesitas escuchar. Y tomar un café, espalda contra espalda, mientras escuchas. La realidad te va a abofetear la cara muy duramente.

La dignidad de nuestros mayores: un derecho vulnerado

Lo que más me duele es la falta de respeto hacia la dignidad de nuestros mayores. Mi padre, un hombre que ha trabajado duro toda su vida, se vio reducido a dormir en un pasillo, sin privacidad ni confort.

La situación es aún más alarmante cuando consideras el rápido envejecimiento de la población y la falta de previsión para atender sus necesidades específicas.

He visto culos, gente cagando en una camilla y partes impúdicas que no creo que el abuelo o abuela de turno quisiera mostrar. Tumbados en una camilla, con una bata y muchas veces sin ni siquiera una sábana. Algunos, alucinando o sin saber muy bien donde estaban, gritando pidiendo ayuda o que los sacaran de allí. 

De todo eso los familiares son ajenos porque nadie puede entrar, salvo excepciones (si eres doble A o triple A o algo así), es decir, porque la persona mayor no puede valerse por sí misma y la enfermería y auxiliares, saturados y sobrepasados, no pueden hacer cargo de manera continua de la persona. Así que te dejan pasar. Y es ahí cuando ves el horror. 

Reflexiones sobre el sistema de salud

Como autónomo, pago casi la mitad de mi productividad en impuestos, supuestamente destinados a financiar la sanidad pública, las carreteras y la educación (la realidad dice que solo un pequeño porcentaje de ese dinero va realmente a estas necesidades, el resto puede ir, por ejemplo, a beneficiar a una empresa corrupta de un país corrupto como ayuda internacional).

Sin embargo, después de trabajar 12 años en la Dirección General del Servicio Canario de la Salud, sé que el problema no es la falta de recursos, sino la mala gestión y la corrupción. La especulación y la influencia en la contratación de suministros médicos, por ejemplo, son objeto de tráfico de influencia continuo. Son solo la punta del iceberg de un sistema plagado de favoritismos y despilfarro.

Un llamado a la acción

La experiencia de estas semanas me ha dejado claro que necesitamos un cambio profundo en la gestión de la sanidad pública. No se trata solo de inyectar más dinero, sino de asegurar que se utilice de manera eficiente y transparente.

Debemos exigir responsabilidad a nuestros gestores y promover una cultura de integridad y respeto en todos los niveles del sistema de salud.

Los cargos de jefaturas de servicios, direcciones de áreas hospitalarias o la propia dirección del hospital deberían ser puestos determinados en función de los méritos y el conocimiento, no sometidos a favoritismo político del Consejero de turno. Porque eso no genera estabilidad en la planificación ni permite la toma de decisiones a largo plazo.

Más bien al contrario, todo se hace con una visión cortoplacista en la que se intenta obtener el mayor posible en el menor tiempo disponible.

La fuerza de la comunidad y el valor del personal sanitario

A pesar de todas las dificultades, quiero destacar la dedicación y el esfuerzo del personal sanitario. Médicos, enfermeros, auxiliares y bedeles, todos ellos trabajan incansablemente para brindar la mejor atención posible en un entorno adverso.

La nueva generación de profesionales está llena de jóvenes comprometidos y competentes que merecen nuestro apoyo y reconocimiento. Y, sobre todo, profesionales pacientes que saben las circunstancias que viven y que son capaces de amoldarse y adaptarse para dar lo mejor de sí e incluso más.

La sanidad pública no es una entidad amorfa e impersonal. No sobrevive por la casta política dirigente de turno ni por los gestores que entran y salen continuamente.

Sobrevive por las personas que hacen, que ejecutan, que rinden. Son ellas las que hacen realidad esa sanidad pública, pese a los mangoneos de las altas élites directivas.

Historias de coraje y humanidad

Durante estas semanas fui testigo de innumerables actos de valentía y compasión. Recuerdo a una enfermera que, a pesar del agotamiento visible, se tomó el tiempo para explicarle a mi padre cada procedimiento con paciencia y ternura.

O la doctora que, en medio del caos, se aseguró de que mi pareja recibiera la medicación adecuada para estabilizar su presión arterial.

Estas historias de coraje y humanidad son las que me dan esperanza en medio de la desesperanza. De hecho, son las historias humanas que todavía nos hacen ir a las urgencias de los hospitales públicos. El día que eso se acabe a causa de un bornout inasumible, entonces será mejor quedarse en casa. O pensar en empezar a dedicar una parte de nuestros recursos en un seguro médico privado. No hay otra manera.

La sanidad pública está tan enferma como aquellos que trata. Pero nadie hace nada. Sobre todo, quienes deberían hacer algo, no hacen nada.

El futuro de la sanidad pública

El futuro de nuestra sanidad pública depende de nuestra capacidad para enfrentar estos desafíos con determinación y transparencia.

  • Necesitamos una planificación a largo plazo que considere el crecimiento poblacional y el envejecimiento de la población.
  • Necesitamos estrategias de auditorías transparentes que hagan visibles las corruptelas, favoritismos y mangoneos.
  • Necesitamos liderazgos a largo plazo que sepan ver más allá del ahora.
  • No necesitamos más dinero. Hay dinero. Necesitamos que se gaste honradamente.

Es esencial invertir en infraestructuras adecuadas y garantizar que los recursos se utilicen de manera eficiente, en resumen.

Además, como ciudadanos, tenemos el poder de influir en el sistema de salud. Es crucial que exijamos responsabilidad y transparencia a nuestros líderes.

Debemos involucrarnos en las decisiones que afectan a nuestra comunidad y apoyar iniciativas que promuevan una gestión eficiente y ética.

Saturar los Servicios de Atención al Paciente y Familiares con quejas y reivindicaciones. Acudir a los medios a denunciar, si es que queda algún medio periodístico serio que se atreva a hacerlo sin temor a poner en riesgo la inversión publicitaria pública, usar las redes sociales e Internet para denunciar, aunque Google no te posicione el artículo y lo lean cuatro gatos y gatas.

Hay que alzar la voz, o nunca cambiará. Es más, irá a peor.

Una llamada a la esperanza y al cambio

Estas semanas han sido una prueba de fuego que me ha dejado cicatrices, pero también una renovada determinación. La salud de nuestros seres queridos es un reflejo de la salud de nuestra sociedad.

No podemos permitir que la corrupción y la mala gestión continúen robándonos la dignidad y la esperanza.

A través de la acción colectiva y el compromiso con la justicia y la transparencia, podemos transformar nuestro sistema de salud. Debemos recordar siempre que detrás de cada número en una lista de espera hay una persona, una historia, una vida.

Y esa vida merece ser tratada con el mayor respeto y cuidado.

La lucha por una sanidad pública justa y eficiente es una lucha por la dignidad humana. Es una lucha que debemos emprender juntos y juntas, con la convicción de que un futuro mejor es posible.

Y en esa lucha, cada voz cuenta, cada acción importa y cada vida vale la pena.

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