Los valores no se explican, se practican

Resulta que acabo de publicar en Twitter (llámalo X si quieres) esto:



Pero, siempre hay un pero, creo que es conveniente aclararlo donde nadie lo lea.

(Y sí, hay una errata, lo sé, pero para el caso, da igual, no es significativa.)


¿Por qué publiqué este tweet (¿cómo lo llamaríamos con X, xeet?)?

Pues porque no es la primera ni la segunda ni la tercera vez que veo a un CEO o a un responsable de recursos humanos o a un director de equipos o a alguien con responsabilidad de mando, bajo cuyo paraguas he estado currando en algún momento de mi vida, llenarse la boca con los valores de la empresa, lo de hacer familia, lo de la empatía, lo del buen rollo y todo el resto de memeces, que suenan bien, pero que en la práctica no sirven para nada porque la realidad de SU empresa, la que dirige, donde dirige equipos, es estrés, presión, amenazas y todas las malas artes necesarias para obtener la mayor productividad y generar el mayor beneficio posible.

Punto.

Esa es la puñetera realidad. Bien resumida y expuesta. Pero vamos a ponerlo en bonito. Porque se me da bien escribir a lo kinki, directo y franco, pero también se me da bien escribir de manera formal, explicando los porqués.


hipocresía

La hipocresía en la cultura empresarial: un análisis (muy) personal

A menudo, la distancia entre lo que una empresa planifica y lo que realmente ejecuta se convierte en un abismo que revela una profunda contradicción: la hipocresía.

Yo sostengo, para resumirlo en un axioma, que cuando a la variable "CulturaEmpresaPlanifica" le restas "CulturaEmpresaEjecutada", obtienes la hipocresía, como resultado. Una disonancia que afecta no solo la imagen externa de la empresa, sino también la moral y la motivación de las personas que conforman esa organización.

Porque la organización no son ni las estructuras ni los papeles que la explican. Son las personas. ¡Parece obvio pero se olvida tan fácilmente!

Desde mi perspectiva, la hipocresía en la cultura empresarial surge cuando hay una disparidad evidente entre los valores y principios que una empresa proclama y las acciones que realmente lleva a cabo.

Por ejemplo, es común encontrar organizaciones que promueven públicamente la diversidad y la inclusión, pero en la práctica, sus procesos de contratación y promoción no reflejan estos ideales, a veces porque al priorizar eficiencia no encuentran diversidad y si la buscan sacrifican eficiencia (es un problema educacional y de dar oportunidades a las nuevas generaciones en todos los ámbitos y estratos sociales). 

Otras porque hay un sesgo importante en la persona que selecciona hacia determinados colectivos. Puede ser por la piel o por la religión o por el género o por la vestimenta... o el que más me afecta a mí, que soy quien escribe, por la edad (se llama #edadismo).

Esta desconexión entre lo que se dice y lo que se hace no solo mina la credibilidad de la empresa, sino que también crea un ambiente de desconfianza entre los empleados. Lo que a su vez mina la imagen y credibilidad de la empresa. Lo que perjudica los resultados, en algún momento. Lo que hace que quienes toman decisiones se alejen aún más entre lo que se promulga y lo que se hace, aumentando el valor de hipocresía.

En mi experiencia, he observado que las empresas a menudo se embarcan en campañas de marketing y relaciones públicas para proyectar una imagen de responsabilidad social y compromiso ético. Sin embargo, cuando escarbas un poco más allá de la superficie, descubres prácticas que contradicen flagrantemente esos valores. Esto puede incluir desde el maltrato a los empleados hasta la falta de transparencia en sus operaciones.

Yo creo firmemente que esta disonancia es lo que define la hipocresía en el ámbito empresarial.

A mi entender, una de las principales razones detrás de esta hipocresía es la presión por mantener una imagen pública favorable sin haber cambiado antes las entrañas de la empresa (las creencias de las personas que conforman la organización, realmente).

Las empresas se sienten obligadas a alinearse con las tendencias sociales y las expectativas de los consumidores, incluso si sus estructuras internas y procesos no están preparados para sostener esos cambios.

Es fácil afirmar que una compañía apoya la sostenibilidad, por ejemplo, pero implementar verdaderas prácticas sostenibles requiere un compromiso y una inversión significativos que muchas no están dispuestas a asumir.

Desde mi punto de vista, otro factor crucial es la falta de comunicación y alineación entre los diferentes niveles de la organización. Los líderes pueden estar sinceramente comprometidos con ciertos valores, pero si estos no se comunican adecuadamente a todos los empleados, y si no se establecen mecanismos para asegurar que se sigan, los esfuerzos se quedan en mera retórica.

Esto en el mejor de los casos, porque lo habitual es tener frente a nosotros a un/ psicópata, a un/a narcisista o a una persona maquiavélica cuyo único fin es su beneficio principal. Y estos dependen de los resultados que muestra a la propiedad o en la junta de accionistas. Como tales se presentarán como vanguardistas, innovadores y personas empáticas pero jugarán sucio presionando, empujando y llevando al extremo a su equipo en pro de unos resultados.

En mi opinión, es fundamental que exista una coherencia entre lo que se predica y lo que se practica en todos los niveles de la empresa.

Algo imposible si quien lidera es alguien ya corrompido por los años, las experiencias o las necesidades.

A lo largo de mi carrera, he visto cómo esta hipocresía puede llevar a graves consecuencias. La desmotivación de los empleados es una de las más evidentes. Cuando los trabajadores perciben que la empresa no actúa de acuerdo con los valores que promueve, su compromiso y lealtad disminuyen.

Esto no solo afecta su rendimiento, sino que también incrementa la rotación de personal, generando un ciclo de insatisfacción y bajo rendimiento que es difícil de romper.

De hecho, es precisamente este indicador el que nos alerta que estamos ante una empresa hipócrita cuyas entrañas para nada se parecen con aquello que dicen ser o promulgan ser.

Además, la hipocresía puede dañar irreparablemente la reputación de una empresa. En la era de la información, los consumidores y otros stakeholders son más críticos y tienen más herramientas para investigar y denunciar las incongruencias.

Yo he visto casos en los que empresas que no han sido fieles a sus promesas han enfrentado boicots, campañas negativas en redes sociales y una pérdida de confianza que puede tardar años en recuperar. Pasa casi a diario. Pero casi nunca en las pequeñas empresas, en esas PYMEs que entretejen el complejo tejido empresarial nacional (escribo desde el país de países que es España).

Yo sostengo que para combatir esta hipocresía, las empresas deben hacer un examen profundo de sus valores y prácticas. O para ser más preciso. Las personas que toman decisiones en esas empresas.

Es necesario que se establezca un compromiso genuino con los principios que se quieren promover y que se tomen medidas concretas para implementarlos. Esto incluye la creación de políticas claras, la formación continua de los empleados y la instauración de sistemas de monitoreo y evaluación que aseguren que los valores se vivan en la práctica diaria.

Pero, esto no sirve si solo es de arriba a abajo ya que la hipocresía a la que me refiero surge de la toma de decisiones, es decir, de la responsabilidad, es decir, de la propiedad y de quienes ostentan cargos directivos o de liderazgo.

En resumen, yo pienso que la hipocresía en la cultura empresarial es una disonancia entre lo planificado y lo ejecutado, una falla que socava la confianza interna y externa.

Para superarla, es esencial que las personas, en las empresas, se comprometan verdaderamente con sus valores y trabajen constantemente para cerrar la brecha entre lo que dicen y lo que hacen.

Solo así podrán construir una cultura empresarial auténtica y sostenible.

Mientras tanto pueden publicar cosas bonitas en LinkedIn.

Aunque sean realmente solo una fachada.

Es decir, una mentira.

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