Café en la montaña

Lo inmoral de la moral: el caso Ábalos y la prostitución del discurso público

En un país donde la moral ha sido secuestrada por el márketing político, no sorprende que la indignación haya dejado de ser colectiva para convertirse en anécdota. El caso del exministro José Luis Ábalos, atrapado en una red de corrupción y escándalos sexuales en espacios públicos —presuntamente con conocimiento de una ministra en ejercicio, Pilar Alegría, y, por lo tanto, con conocimiento de todo el gobierno—, es solo el último capítulo de una tragicomedia que revela la podredumbre de una moral que ya no es brújula, sino pancarta.



Pedro Sánchez ha presentado su gobierno como “el más feminista de la historia de España”. Una frase que podría estar tallada en mármol a la entrada de la Moncloa, junto a otras joyas retóricas: "tolerancia cero con la prostitución", "dignidad de la mujer", "ética pública". Sin embargo, mientras se condena la explotación sexual en los discursos, uno de los rostros más visibles del Ejecutivo organizaba orgías en un parador nacional. Si la realidad no fuera tan grotesca, daría risa.

El problema no es solo la hipocresía. Es más profundo. Es la prostitución misma de la moral pública. Cuando la ética se convierte en eslogan, en consigna, en carne de tuit, en materia de gabinete de comunicación o en una batalla por relato, deja de ser una guía para la acción política y se transforma en herramienta de manipulación. La moral, vaciada de contenido, se vuelve inmoral.

El ciudadano medio, ese que madruga, paga impuestos, sobrevive con sueldos que apenas cubren lo básico, observa este espectáculo con una mezcla de resignación y anestesia. No hay tiempo para la indignación cuando se vive al filo. ¿Para qué protestar, si al menos se puede pagar el alquiler y llenar la nevera? Como vacas a las que se les permite pastar antes de ordeñarlas, hemos aprendido a conformarnos con poco, mientras el Estado crece como un Leviatán obeso que exige cada vez más esfuerzo y entrega.

Y así, el discurso se divorcia de la acción. El gobierno que se declara enemigo de la prostitución pública permite, por acción u omisión, la prostitución de lo público. Lo que se degrada no es solo la imagen de un partido o de un ministerio, sino la credibilidad misma de la vida pública. La política se convierte en una mascarada y la ciudadanía en espectadores de una función cínica donde la moral es solo decorado.

Hay algo profundamente inmoral en esta moral oficial. Porque no solo es hipócrita, sino que anestesia, adormece, desarma. Y cuando el ciudadano deja de creer, deja también de participar. ¿Para qué comprometerse con lo común, si lo común es una farsa?

La regeneración no vendrá de quienes han hecho del poder una coartada para el cinismo. Vendrá, si acaso, de una ciudadanía que despierte del letargo, que exija coherencia, que desconfíe de los grandes adjetivos y las etiquetas rimbombantes. Porque si algo nos enseña el caso Ábalos es que cuando la moral se vuelve propaganda es solo cuestión de tiempo que la realidad termine desnudando el teatro.

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